Texto del autor en versión Virtual:
"Quebrado Azul"


 

La lata de cerveza

 

La lata de cerveza está abollada
y se encuentra a 20 centímetros del cordón
que tiene manchas
                            de goma negra
y tres gotas de verde
                          nacidas
en una línea del cemento.

Los bordes de la lata
                              cortantes
son una perpendicular
contra el calor que se concentra
                                  sobre el polvo
donde un gorrión sediento
da pequeños saltos de vacío,
                                        sombras,
en todo el sol que se refleja
a la altura de la rueda de los autos
desde el valle central de la lata
                           con forma de puño.

Entonces
            Simplemente
                            el pájaro
                                       oscuro
frente a la rosa de luz
                   se detiene
acerca su pico
           a la ranura de la lata
su pecho casi toca
          el ardiente asfalto de la tarde
y bebe.

 


 

El celeste, la distancia y el gallo

Un aire celeste y casi blanco,
entonces, el espacio madura
                                              y se abre,
igual hacen las frutas con su pulpa dulce.

El horizonte es un detalle gris
                                               que se evapora
en el mismo segundo en el que un gallo rojo
con pocas plumas negras
se detiene bajo el sol,
                                     observa,
                                                      y ni siquiera tiene
sombra.
Se queda quieto
y el mundo es inmenso, mas
la quietud del gallo pareciera ubicarse en el centro de toda la distancia.

Ni siquiera parpadea,
en sus ojos, la oscuridad se contradice
y es una imagen permanente de luz
                                                             en       la        retina
oscura.

Instante en que el gallo llega a la hermosura
y es una bestia perpetua
                                          e  infinita,
pero el animal
tan completo de vida es atraído por la vida y picotea
un gusano entre los pastos.

Toda la tarde de enero,
todo el calor sobre la pampa.

 


 

                         Primero de enero

 

En la tarde el muchacho tiene unos 10 años y camina lento.
Atraviesa ese espacio impreciso donde la calle Mitre es curva,
entre Medrano y Salguero.
Mira hacia abajo,
hacia la vereda percudida de mierda de perro,
y el calor se aplasta sobre el suelo
hasta romperse en un vaho
que flota en el espacio
y hace transpirar a las personas,
a las cosas,
esa humedad pegajosa de enero.

El chico es morocho
y se para en el semáforo
hasta que pasan los tres únicos autos
que andan muy despacio,
después, cruza la calle
y avanza 30 metros,
siempre con la cabeza gacha.

Camina hasta encontrarse con el pedazo de pan
que es tosco y está entre las baldosas grises.
Entonces, la zapatilla de lona de color oscuro
se detiene a un centímetro del pan
que queda en línea recta con la cabeza del chico.

En ese instante,
el negro del iris de su ojo palpita.
Él está quieto, rígido,
hasta que el cuerpo se agazapa sobre sí mismo
doblándose en un trazo tan cerrado
que llega el vaquero percudido
a rozar la remera medio rota,
y las manos agarran el pan, aprietan fuerte.

El cuerpo rebota en su propio impulso
hasta convertirse en una recta tensa,
y en las manos, muy cerca de la cara,
el pan.

Todo el pibe es una figura inmóvil,
salvo los rasgos laterales del rostro,
esos que caen hacia el maxilar,
donde el gesto adquiere una violencia dura
en la agilidad del movimiento.
La mano y el diente despedazan la materia.
Mastica rápido y traga
para volver a morder, masticar y tragar
en una desesperación salvaje
que no dura en el tiempo más que el pedazo de pan.

Cuatro migas sobre la remera
y el muchacho que se va
con un paso imperturbable
por la calle Mitre, en dirección al Once,
y su cabeza que siempre mira al piso.

 


 

La caja en la góndola

Rectangular la caja, alargada la góndola.
La ultima caja sobre el borde de la góndola.

           Se recomienda a los señores clientes no dejar
carteras ni objetos de valor dentro de los changuitos
.

Una mujer con guardapolvo,
su cuerpo quieto, movimiento en los brazos.
Mirada en tobogán, espalda casi curva.
Escobillón de madera y de cerda marrón.
El palo cilíndrico es de un metro y medio,
una mano en el extremo
y la otra que se adentra en diagonal a la baldosa.
Las mangas del guardapolvo se arrugan al ritmo
de la misma energía que impulsa a la cerda a lamer
el piso.

            - Ayer vi a Hugh Grant en lo Susana...

Un pibe de dos años tira una pelota y no vuelve a sus
manos
entonces corre por el pasillo unos tres metros y se
detiene.

La caja es de cartón celeste
pero de pronto surge una franja de rojo mezclada en azul
y la palabra TERRABUSI escrita en blanco.
Galletitas express.

          - Sí, en Hola Susana, a las ocho...

Un hombre viejo con bigote oscuro le devuelve la pelota
y sonríe.
El chico la vuelve a tirar y se aplaude.

         Se recuerda a los señores clientes que está
prohibido fumar dentro del maximercado.

La foto de un paquete en el centro de la caja,
y una galletita se recorta en primer plano,
meseta de harina cocinada
ubicada en transversal sobre la perspectiva de la foto.

         - Lindo muchacho con esa sonrisa y Susana tan
simpática...

Distraído, la roza con su brazo,
Viste saco marrón con puntos negros y pantalón al tono.
Al ser rozada, cae
y el lado menor del rectángulo que es caja,
al dar contra el piso, explota
180 migas y pasaron,
cuatro pares de zapatos,
diez zapatillas y
un par de botas.

          Se solicita personal de limpieza en el sector de
almacén,
 

El cuerpo de la mujer de guardapolvo
se mueve ante el sonido de la voz de los parlantes,
en su mano derecha, un recipiente de metal cilíndrico
con bolsas de residuos
y cuatro ruedas.
En la izquierda, el escobillón.
El movimiento la lleva hacia la caja rota sobre el piso.
Junta las migas, levanta la caja
y, al levantarla, se ve el código de barra:

siete sobre blanco,
barra de negro fino,
barra de negro fino,
siete en barra de negro grueso,
barra de negro casi grueso,
barra de negro fino,
nueve sobre negro grueso,
barra de negro fino,
cuatro sobre el negro menos grueso,
barra de negro fino, de negro fino
y el número seis entre ellas.
Negro grueso y el cero,
Fino, fino, fino hasta un seis.
Espacio en blanco,
barra de negro fino, negro fino
y todo termina en blanco.

La caja cae en el recipiente cilíndrico con ruedas,
pedazos de celofán y muchas migas
y la mujer de guardapolvo se va, camina rápido,
pero son diez las migas que se quedan,
ciento cuarenta zapatos,
doscientas cuarenta zapatillas,
veinticuatro botas.
Y el piso continúa con su brillo permanente

 


 

El Mota y el Macoco

San Pedro,
pozo de la infancia.
Alguna camorra
y toda la tarde en el baldío de Amorín.
Partidos a seis goles en pata
sobre la tierra seca.

Barrio de la mortadela.
Los Periquillos.
La Juana borracha a las tres de la tarde
caminando por el sol de la calle Obligado.

El Macoco, el Mota,
robábamos duraznos en las quintas.
Y el loco Richard nos iba a matar por radio
a las cinco de la tarde,
mientras pedía pan y monedas.

La comparsa Guanabara 84,
la hinchada de Mitre a la piñas,
Los travestís bailando por la calle Pellegrini,
con sonrisa de lograr los sueños,
y el Mota escupiendo fuego de kerosene por la boca.

Después,
el filo con sus sombras,
las intensas borracheras,
un par de ancianos muertos.

El Mota y el Macoco,
el basural de la celda
haciendo carne
sobre la llaga.
Cuerpos en el encierro,
duros.
Rateros homicidas,
ellos también heridos.

El roiphnoll, la cocaína,
el alcohol de quemar.
         Y el tiempo
         que en el tiempo es presente.

El Mota y el Macoco
         empapados por dentro
         me saludan desde el propio fondo.
El baldío de Amorin está vacío
y ellos se meten por la noche a las casas
a robar televisores, bicicletas, radiograbadores.

La policía los conoce,
se entienden,
cada tanto en cana.

        Si hubiera una pelota
        armaríamos un partido a seis goles.

Siempre necesitan guiíta,
rígidos en la borrachera de la rabia.

Y ellos,
ellos son San Pedro.
Resaca en el estómago del alma.

 


 

En la carretilla

 

En la carretilla de madera
que me regalaron
el día de reyes del ‘75
junté todos mis juguetes
y me fui hacia el patio
a ser feliz
sobre el piso de tierra.
A mi lado,
un colibrí
bebía el néctar
de una rosa china

 


 

La piedra azul y el ángel


Un ángel
sentado sobre una roca azul
mira
con sus ojos de ámbar
el vuelo frágil de un gorrión
sobre el espacio
y el aire tibio tiembla.

La mirada del ángel
traspasada de Dios
sobre el vacío
se vuelve
agua de cielo en un instante
     y las manos de un niño
     con las palmas abiertas
     la atraviesan.
Es que algunos niños
pueden cruzar el infinito.

 


 

Niños


Los suicidas
son niños absolutos
a los que hay que llenar de besos
y perfumar el cuerpo,
vestir con los trajes más caros,
llorarles encima,
tocarles el frío de su piel de abandono,
cuidarlos de las moscas de los velatorios,
mirarlos un rato que abarque la noche
y cerrarles después la oscuridad
que se ganaron con su carne de mártires.