Colombia (de “Puebla”)
Su Merced de Colombia, infinita y morena en el doler del trópico,
en el espacio verde abrevas tu hermosura,
junto a los tallados balcones y las esquirlas anónimas que recrean las sagas
que alucinaron las fiebres de Antioquia.
Alada, señora del musgo en los torrentes: precede a las tormentas.
Misericordiosa dama en las esquinas, gacela en las callejas:
haz que nos falte más el pan que la mirada mansa,
acaricia los cuerpos de quienes han muerto en las batallas por el recuerdo
de una nube gris cruzando el empedrado.
Tierra en el rostro fértil, emperatriz sedienta: levanta esa granada,
calla la anónima metralla que produce la grieta de los hombres.
Señora de las horas de mimbre,
membrillo sobre el Valle de Cali:
protégenos de que nuestros sueños se pueblen con gatillos,
protege a nuestros hijos del odio rumiándoles las frentes,
quítalos del graznido del carancho y del sonido de las motocicletas.
Señora de las tristísimas dagas sujetas al cabello,
ruega por nosotros y por aquellas pisadas que dejamos
perdidas en las selvas. Y ruega, ruega por la calma.
Intemperie (de “Carey”)
esas piernas caminan como un réquiem
como montoncitos de hostias apiladas en la oscuridad
en el recuerdo de un hecho vergonzante
años después
cuando vas solo por la calle y las luces comienzan a encenderse
y no hay nadie en el mundo que puede entender la turbación que te frena
esas piernas
caminan en un frente con demasiada memoria
que no entendería jamás el diálogo del mandarino
sin ir más lejos
muy ocupado en los propios fracasos o errores o días
si es que en definitiva no son la misma cosa
el acierto o la victoria
no me parecen más que una experiencia subjetiva
excepto por el recuerdo de esos pasos
en una noche de verano en el que el fresco hacía pensar
a los curas con la perseverancia de Dios en convencernos de eso
del Paraíso
para mí esas piernas
en las que mezclo aún los ecos de las risas viejas
las heridas
el Paraíso sin un Leteo
no es mejor que un café vacío
en el que alguien solo escribe sobre servilletas
bajo la mirada sin curiosidad del mozo
que nos recuerda que sin esas piernas
o con ellas soplando en la sinuosidad del viento
que no sentimos ya
tan ocupados que estamos cubriéndonos
más y más con la intemperie.
XI (de “Los Tesoros Ingratos”)
Prepara otra contienda mientras hace tostadas.
Grita a su niña para que se adelante, el transporte escolar no espera nada.
Pocas cosas esperan en la vida.
En la radio volvieron a fallar con el clima, un sol helado baja sobre las ramas sucias.
Tomás no se ha vestido, ayer no se ha afeitado, y tampoco esta mañana irá a buscar trabajo.
El almuerzo será puntual, inmaculado, como toda disculpa.
Se ofrece a si misma la ironía de dejar la basura al lado de la puerta.
Levanta su cartera y sube al auto de Mirta, que se pintó los labios en la espera.
En la oficina toma el té de la mañana mientras hojea expedientes.
Fernando llega a tiempo, algo perdido, con alguna ocurrencia sobre la chica nueva.
Ajusta el pasador y comenta algo sobre sus aros nuevos
mientras, desajusta la blusa de Mercedes, levanta su vestido,
y con delicadeza lleva su mano por la pierna hasta el pubis.
Ella muerde sus labios y le desprende el cinto.
En todo juego hay reglas que se dejan de lado.
A Silvina Gonzalez Goytía
XIV (de “Barocco Génesis)
informe sobre el rubor
ella quiere dar nombre a la velocidad del parpadeo
deslizarse como el heno en su perfume
llegar a entender
en el rugir del trueno
la seducción de los acantilados
el reflejo que no explica el amor
ella mira en las aguas las profundidades
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Las poesías y la información fueron extraídas de CAFÉ LITERARIO
que dirige Juilo Carabelli juliocarabelli@hotmail.com