ÍNGRIMO E INSULAR DE FLAVIO CRESCENZI
EDICIONES EL TRANVÍA
POR SILVIA PASTRANA
10 de mayo de 2006

 

Heidegger sostiene que el hombre es un ser para la muerte; todo poeta, sin embargo, crea la resurrección” nos dice José Lezama Lima, sin embargo, quisiera extraer unas líneas del poema “Una oscura pradera me convida” del mismo autor que sutilmente he mezclado: “Sin sentir que me llaman /  penetro en la pradera despacioso, /ufano en nuevo laberinto derretido./ Allí se ven, ilustres restos,/cien cabezas, cornetas, mil funciones /abren su cielo/… …viento o fino papel,/ el viento, herido viento de esta muerte/ mágica, una y despedida./ Un pájaro y otro ya no tiemblan.. /mi memoria prepara su sorpresa …”. Es verdad que la memoria nos depara sorpresas, porque aquella pradera de Lezama Lima, es la selva y los matices de esta selva que nos trae Flavio Crescenzi en su libro Íngrimo e insular porque “cuando flavio  crescenzi – dice en su poema xviii – de los malabares y de los prefijos sucios….o .. cuando se llenó de frío y de escarcha su bigote … se encontró con una metáfora en su nombre / una metáfora que lo atravesaba como a un escudo obtuso /trinaron los pájaros celestes dándole su venia / en una cantata que se pierde indefinida.”
En este intento de llevarles a ustedes mi punto de vista acerca de este libro, debo decirles, que no en vano tomé la segunda parte titulada Barroco, como puntapié inicial. Dejando atrás el sentimentalismo a las modas y los modos, quien vive de la palabra, puede hacer resaltar la verdad o la mentira haciéndose el observador que vive el momento que le ha tocado vivir o, al menos, busca en qué convertirse para participar de su historia y testimoniarla. Podríamos justificar la muerte representada por los cuervos en  “soy el cuervo cuervo cuervo que acalora / desde mis pies la tierra que extermino”  o la lombriz “que asoma sus fierezas”. En ambos casos, la simbología se emparenta con un único fin. Sin embargo, no es sólo el carácter de lo físico el que debe representársenos con estas imágenes sino la palabra que confiesa, las sílabas, las oraciones, porque como el mismo poeta nos dice “miren cómo juego con lo que designa, le perdí el terror…  miren cómo no muero en el gemido del fuego hecho palabra”.
 “En  poesía la utilización de las palabras puede que no estén articuladas por sí mismas, sin embargo,  la palabra es una manera de poseer una cosa . La palabra es una materia labrada. Hay que amar el escribir una palabra para tener deseos de escribir como escritor” , nos dice Sartre.
La voz del poeta habla desde el corazón y su encrucijada. Sus imágenes son atrevidas pero “reales”, pulcras y minimalistas. Quizá debamos decir, que uno se llena de olores, colores y sonidos con poemas precisos en ritmo y metáforas que se nos clavan, limpiamente, en los ojos y más allá de la mirada que solemos tener cuando un creador nos entrega pequeñas brasas para desentrañar su mundo.
Es en este capítulo Barroco donde conviven los mundos esenciales del poeta y quizá, las preferencias en cuanto a autores. Esos maestros que uno tiene escondidos bajo la manga. Por ello desfilan Artaud, Góngora (Él ha creado en la poesía lo que pudiéramos llamar el tiempo de los objetos o los seres en la luz, según Lezama Lima), Implícitamente el mismo Lezama Lima y un poco más allá los tambores  melodiosos de Guillén.  Por Barroco también pasan las máscaras de la infancia, el amor, la visión sobre la sociedad actual, la insolencia y el reproche.
La primera parte, Íngrimo, aunque me parece más acertado definirlo con la línea “la soledad siempre sabe a isla” para entender su sentido, que si se quiere,  es más insular que el la última parte del libro. Desde el poema I el poeta padece en este laberinto la conjunción de su ser y no ser. La soledad podría ser “el centro geográfico del mundo que no nace”, sin embargo, el mundo nace y es un festín en una isla. El poeta - náufrago pide auxilio. Diría Sartre “es un monstruo solitario” y es tan monstruo solitario este Flavio Crescenzi, tan prisionero de su espesura que “para llegar al fondo de las cosas”, trama su paradoja desde el dolor y rebeldía,  desde la osadía y la ceguera. Nadie más ciego que un poeta en una isla puede soltar el lastre que lo oprime en altamar.  Íngrimo grazna, pía, resuella, maúlla, es implosión, chasquido, susurro. A través de estas simples acciones no he hecho más que nombrar los rostros imaginarios, entre otros, que le sugirieron al poeta, sentarse en el patio y mentirse con la soltura del que niega su filosofía de vida. Pero mentir esta filosofía de vida, significa reflexionar, poner en movimiento la destrucción del tiempo para renacer en el tiempo, es decir, crear la resurrección del cuerpo desde la amnesia, desde la posible interpretación lo posible.
La última parte del libro, 8 breves poemas, podrían ser interpretados como cánones o la deconstrucción del sueño. En realidad, debemos preguntarnos, después de haber recorrido los textos, cuál es el territorio que hemos atravesado, el de la soledad o el del isleño. En todo caso,  es necesario aferrarse a la idea de que, uno acumula derrotas, desgrana la vida y se confiesa, como nos dice Flavio, “en una voz que es el continente de las palabras lúdicas”.