En el mundo de las artes, los grandes amores casi siempre han sido los disparadores más certeros y fundamentales en las biografías de escritores, pintores, músicos.
Petrarca, el padre del Humanismo, no fue ajeno a ello y la profunda y platónica pasión que sintió
por Laura de Noves fue determinante en su producción poética.
Una lejana mañana de abril, precisamente el Viernes Santo del año 1327, el joven poeta FrancesoPetrarca, de 23 años, abrió uno de los capítulos más románticos e inmortales de la historia de la literatura. Fue ese día cuando su vida cambió para siempre, al conocer a quien sería su “amada inmortal”, Laura de Noves.
Nacido en Arezzo en 1304, de familia acomodada pero perseguida políticamente, tuvo que
emigrar a Francia siendo aún niño, radicándose en Avignon.
Luego comenzó a estudiar leyes y al regresar a Italia su inclinación literaria lo llevó a expresarse poéticamente, al tiempo que ingresaba en una orden religiosa recibiendo las órdenes menores. Se puso a las órdenes del Cardenal Colonna, llegando a ser canónigo de una catedral cuando volvió a radicarse en Francia. Su condición religiosa no le impidió que, al conocer a Laura, su corazón se encendiese en una pasión devoradora que nunca pudo ser consumada. Laura de Noves era la esposa de un noble de Avignon, Hugue de Sade (antecesor directo de Donatien Alphonse de Sade, el famoso marqués), cuya afición por las letras lo llevó a relacionarse con Petrarca, a quien introdujo en su círculo familiar y le pidió poemas para su esposa. Es a partir de Laura, que Petrarca desnuda su alma en sus versos, los que trasuntan una continua lucha entre el amor carnal y el espiritual.
Al mismo tiempo, su amistad con el poeta florentino Giovanni Bocaccio es decisiva para imbuir su alma de ideas humanistas que acabarían por movilizar al poeta hacia un paganismo místico que se vio reflejado en toda su obra. Por otro lado, fue un activo idealista que hizo fuerza por la unificación de Italia, en un intento por recuperar la fuerza que su tierra había tenido durante el Imperio Romano.
Acosado por su pasión, cuando Petrarca quiso tener un acercamiento más íntimo con Laura, fue ella misma quien le puso un freno y le pidió que se retirara. Este hecho dejó al poeta sumido en un mar de dolor y sufrimiento, lo cual no le impidió que posteriormente conociera y experimentara el amor con otras mujeres, relaciones de las cuales nacieron tres hijos. La muerte de Laura, debido a la epidemia de peste bubónica que asoló a Europa, en 1348 (también llamada Peste Negra), sumió al poeta en una incurable pena de amor, que se agravó con la muerte de su hijo,
también por la misma causa, en 1361.
A partir de estas pérdidas, el poeta se torna solitario, melancólico, se aparta de la vida social y sus últimos años son una permanente agonía dominada por la imagen de Laura.
Mucha tinta ha corrido sobre esta historia, llegando incluso a afirmarse que Petrarca materializó en Laura su concepto sobre la mujer ideal. También llegó a dudarse si era Laura de Noves el verdadero amor del poeta o habría tal vez otras Lauras que quedaron ocultas debido a la
amistad de Petrarca con la familia de Sade y la presencia certera de Laura de Noves. Y por último, también se especuló sobre una presunta presencia femenina a la que el poeta ocultó bajo el nombre ficticio de Laura.
Lo cierto es que la obra más destacada de Petrarca está formada por un primer volumen de poemas dedicado a Laura, que lleva por título “Rimas en vida y muerte de Madonna
Laura”, le sigue su famoso “Cancionero” (originalmente se llamó “Rimas”), y por último el poemario “Triunfos”, obra ésta que inspiró al músico Claudio Monteverdi para sus famosos “Madrigales”.
Petrarca está considerado como el principal precursor de la poesía lírica moderna y padre del Humanismo. Se inclinó siempre por los poetas griegos y los latinos, anticipando con ello al Renacimiento de la cultura clásica, que vendría posteriormente.
Falleció a los 70 años, en la localidad francesa de Arquà.
Como ejemplo de su producción, ilustramos esta nota con dos sonetos de su “Cancionero”: XCVI
Estoy ya tanto de esperar vencido, y de la larga guerra de suspiros, que la esperanza odio y los deseos, y todo lazo que a mi pecho aprieta.
Mas el rostro que llevo dibujado en el pecho, y encuentro adonde mire, me fuerza; y al martirio así primero empujado me siento aunque no quiera. Errado fui cuando el camino antiguo de libertad me fue desposeído, que mal se sigue lo que al ojo agrada; corrió a su mal entonces libre y suelta, y ha de buscar ahora arbitrio ajeno el alma que una vez sólo pecara. CCLIX
La vida solitaria busqué siempre (lo saben las orillas y los bosques) para huir de la gente torpe y necia, que el camino del cielo ha equivocado; y si en esto mi anhelo se cumpliera, del dulce aire de Toscana lejos aún me tendría en sus colinas Sorga, que a llorar y a cantar tanto me ayuda.
Mas mi suerte, que siempre me es adversa, me vuelve hacia el lugar donde me irrito al ver a mi tesoro por el fango.
De la mano que escribe se hizo amiga por esta vez, quizá porque fui digno: Amor lo vio, y nosotros lo sabemos.
© Alberto Peyrano
Buenos Aires, Argentina
Abril 2006
Nota obtenida de:
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