QUEBRADO AZUL de Gerardo Curiá (Presentación 8/10/04)

 

por José Emilio Tallarico

 

Hay medicamentos (conforman una larga lista y en general los usan los neurólogos) que actúan a través de lo que se da en llamar mecanismos de “impregnación”. Es decir, estos medicamentos comienzan a producir sus efectos benéficos cuando, con el correr de los días, la concentración en el organismo alcanza ciertos niveles básicos.

Trasladando esta cuestión al plano de la exigencia que significa leer poesía y, en especial, pensar en voz alta la obra de un poeta, creo que podría hablar de conocimiento, de contacto, de interacción con una poética determinada, etc., cuando se produce en mí una impregnación como la que antes mencionaba.

Impregnarse, conocer, familiarizarse con una materia tan expuesta, definitivamente disponible para atender las fuerzas que surgen de un centro ritual, personal, y que significan no sólo una vehiculización en palabras sino, también, una manera de cifrar y de reconocer el propio escenario estético.

La primera palabra que sale a mi encuentro a poco de leer unos cuantos poemas de Quebrado Azul , tiene que ver con una sensación, sensación que ya me interpelaba desde el título del libro. La palabra es: quietud . Ahora bien, ¿cómo trabaja esta sensación, esta quietud , en el poemario? ¿Cómo quiere el poeta que opere en el lector esta palabra y, por ende, el abanico de significaciones que promueve? Si lo visual importa, si el relato es sustancial en esta, su poesía, Gerardo Curiá nos proporciona un camino despejado, en ningún momento escamoteará sus herramientas de trabajo. Ahí está su tema, la forma viva en quieta vibración, el ojo inaugurando un cuidadoso espacio contemplativo . Y sin embargo, quedarse con esta lectura de Quebrado Azul es, me parece, no haber alcanzado un estado de impregnación poética.

Quiero leer un poema que tiene que ver con esto:

 

22 de junio

a Ramón Fanelli

Las nueve y media,/ Rivadavia al 4200,/ baldosas percudidas,/ y un sol perfectamente luminoso.// El viento se aquieta para pesar sobre el espacio/ en el punto exacto donde se da el quiebre/ entre las baldosas/ y el cordón,/ y es en ese instante,/ cuando nace un retoño de pasto/ casi blanco de frío.// Tiembla,/ pleno de riesgos crece/ en la humedad de lo quebrado/ muy cerca de un bollo de papel/ a un costado de la esquina.// Frágil, el pasto,/ dibuja una sombra sobre las arrugas del papel/ pero el peso del aire lo curva hacia el piso.// La mañana transcurre en la plenitud de los sentidos,/ después de todo, alguien limpiará el papel

de ese costado de la esquina.

 

¿Estamos ante un acto de contemplación desinteresado, al mejor estilo oriental o religioso? ¿No hay un plus, acaso, en el relato de esa mañana de junio? ¿Algo que quizá solicitó cierta elevación en la voz? ¿Algo que desde el discurso “fortalece”, “tensa” lo presentado? ¿Cierta manera de decir, un “carácter”?. ¿Y que, entre-líneas , parece gritar?: -¡ Señores, esto está pasando acá! ¿No se dan cuenta de lo que pasa acá?

Digo: ¿No es desesperante, a veces, estar ante una una situación que uno quisiera compartir, y darse cuenta de que no hay nadie con quien hacerlo, que mi visión está condenada a desaparecer muy pronto y en silencio?

Quiero resaltar entonces la tensión interna de muchos de los poemas de Gerardo Curiá : una actitud distinta de la del contemplativo clásico. Pero además percibo un choque de tiempos en estos poemas. Me explico: por un lado hay que tener tiempo (y agrego: un adiestramiento que sepa hacer contacto con cosas aparentemente insignificantes como son un pastito, un bollo de papel o una lata) y por otro, saber de antemano que el vértigo de la ciudad va a desbaratar toda intención contemplativa. El tiempo personal, el tiempo que trae el que observa y el tiempo del mundo: tiempo que no da tiempo, tiempo que desbarata al tiempo. El poeta con la pampa en los ojos, con el tiempo de la pampa adentro irrumpe en el ritmo feroz de la ciudad: “los tonos se confunden/ y caen/ hacia un carozo de sombras”, nos dice en un poema que tituló: Parque Centenario ; más reflexivo, afirma en otro poema: “Todo depende de la tierra y del tiempo”,.

A esta altura, el poeta es el testigo absoluto, dueño de la tensión y del lenguaje, pero también es alguien que no pretende interrumpir el flujo natural de lo real, en todo caso sí dar fe y rescatar las instancias del ser y sus sombras:

 

“Las nueve y cuarto,/ la sombra quieta,/ la mujer que duerme y casi no respira,/ su cuerpo que late en la noche del invierno.”

(Fragmento de “Plaza Almagro”

................................................................................................................. Estamos ante una poesía de observación. Como bien dice Alejandro Méndez Casariego en la contratapa del libro, ante: “ el decir de un mirar”.

El yo dicente parecería valerse en ocasiones de instrumentos ópticos como el zoom para definir sus tomas. De ese yo podríamos conjeturar que es esquivo, pudoroso.

Pregunto: ¿Es objetivista la poesía de Gerardo Curiá? No me resulta cómodo situarla en el rastro de esa vertiente cuyos antecedentes más conocidos se encuentran en la obra de algunos poetas norteamericanos de los ‘50 o ‘60, o en la Argentina de los '90, en poemas de gente vinculada con Diario de Poesía . (Dice Edgardo Dobry, en un artículo muy difundido:“Al poeta objetivista no le interesa la elevación o la profundidad como efecto de una lengua poética a priori ni como acotación de un campo de lirismo concentrado…”).

Leo dos breves fragmentos de sendos poemas de Curiá:

Aquí relata el andar callejero de un niño de 10 años:

“En ese instante,

el negro del iris de su ojo palpita”.

En otro que tituló: “El anciano guarda”:

(El anciano) Espera el cansancio de la tarde.

 

En los poemas de Curiá hay guiños, recortes que apuntan a desentrañar una emoción e incluso un deseo del personaje afectado; son poemas que por lo tanto no encajan en el proyecto objetivista o, al menos, en sus lineamientos más entusiastas.

Yo percibo en Quebrado Azul una obsesión continua, un irrefrenable deseo de traspasar con la mirada lo mismo que esa mirada construyó.

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Quiero decir algo acerca de los temas que Gerardo Curiá elige para poetizar, y aquí creo que ingresamos en su experiencia del mundo, y en el uso de la escritura en tanto posibilidad de exponer y denunciar la injusticia reinante. No se trata de un mundo festivo el suyo: hay un azul quebrado, un gris corrosivo y extenso, objetos percudidos (percudido es un adjetivo que usa con frecuencia), seres castigados por la pobreza, abandonados: una ciudad, en suma, transitada por el dolor y la decadencia.

Por eso hay que recortar, incidir, enfocar esos graves signos de lo real, que la imagen hable por sí sola (esto es algo que conocen muy bien los jóvenes). Curiá utiliza el recurso elíptico de la denuncia a través de la descripción y nos ubica en un contexto de actualidad absoluta .

Poesía de la obsesión por las formas, los colores, las siluetas, las luces, sus reflejos (“el poeta es el hombre de la lenta obsesión”, decía Raúl Gustavo Aguirre). Poesía donde todo lo que vive importa. Poesía de choque de dos tiempos: campo/ciudad o ciudad/campo, datos contrapuestos, acaso equiparables a aquella famosa y a la vez hiperoccidentalizada noción de la dualidad espiritual: interioridad/exterioridad. Poesía que insiste en taladrar con su mirada las sucesivas capas de lo real y en establecer más allá de la física (en su metafísica) -al fondo de los “nidos celestes” (parafraseando un poema) o al “fondo de los ojos del silencio”-, ese hallazgo precioso que Curiá denomina: “las flores del verano o el sabor del durazno”.

 

Y desde luego, hay más, aunque a esta altura es mejor que todo quede a consideración de sus lectores. Los invito entonces a dejarse impregnar con Quebrado Azul , y a festejar esta ocasión de reconocernos por obra de su poesía. Se abre ante nosotros otro mundo posible. Yo juro que es el nuestro.

 

Muchas gracias a todos.


 

BELLEZA NÓMADE,  de Luis Calvo (Presentación 5/10/07)

por José Emilio Tallarico

 

     Hay frases que por sí solas definen un programa de vida. No poca gente tiene un escrito a mano en su lugar de trabajo, junto a la pantalla de la computadora, o en un lugar estratégico de la casa, y vuelve a él diariamente con el propósito de renovar o reforzar un anhelo. Otras veces dichos escritos pertenecen al orden de lo inmediato y abordan una cuestión puntual. De todos modos, estas “marcas” en la escritura que pretenden ser operativas, conllevan una actitud y una manera particular de observar y comprender el  mundo. Recuerdo que hace un tiempo la escritora española Ángela Vallvey contaba que sobre su escritorio había pegado un recorte de papel con esta frase: “Ir hacia adelante es morir, detenerse es morir, prefiero morir avanzando”.
     Luis Calvo consideró que sus trabajos responden a una poética de la incompletud –así subtituló el volumen que hoy presentamos. A medida que uno avanza en la lectura podrá ir deduciendo qué quiso decir con esto. Es evidente que la problemática humana con su maravillosa complejidad fue puesta en juego, y precisamente ante tal despliegue de sensaciones y alusiones, se me ocurre que estos escritos deben ser entendidos en función de un programa de desenmascaramiento progresivo. “No escuches lo que dicen a tu oído -dice Calvo-, escucha su eco”. En otras palabras, se trata de registrar los embates de la lucidez, ese estado de alerta que subyace en la experiencia poética, y de la cual hablaran Edgar Bayley y Héctor Murena de un modo incomparable.
     Epigramas, aforismos, sentencias breves: ¿cómo calificar sin temor estos escritos de Luis Calvo? El primero de la serie nos enseña un camino: la plenitud y el vacío presentados como fuerzas contrapuestas. Este primer aforismo dice: “Cuando ceemos tenerlo todo, algo nos recuerda que también existe el vacío”. Y he aquí un gran tema: el de las oposiciones y la tensión vital que generan al relacionarse. “Pierdo algo, en el preciso momento en que pienso ganar algo”, dice. De este modo, la conciencia de la pérdida o del paso del tiempo,  eso que en definitiva es conciencia de lo irreparable, va tejiendo una red de significaciones y nos señala cuán pesada puede ser nuestra carga,  al tiempo que interroga acerca de si somos realmente capaces de gobernar nuestras vidas.
     El aforismo es una forma filosófica, pero también un juego de palabras y un arte poética, dice el especialista en el tema, José Biedma López.
     Un aspecto que no quisiera dejar de mencionar es la valoración de la esencia del ser humano, que Calvo contrapone a la especulación, a las falsas certezas, o a la búsqueda de demonios fuera de uno mismo, como advierte  en  uno de sus textos. En última instancia, creo vislumbrar  una crítica a lo que episódica y postmodernamente reconocemos como el saber actual, crítica basada en una fuerte apuesta por la sabiduría de la especie, con su legado de verdades y riquezas profundas. “Cuanto más sabemos, menos quisiéramos saber”, nos dice Calvo. Y en el aforismo siguiente va más lejos, aunque es preciso destacar aquí su contenido social: “Se aprende más en el territorio de la ignorancia. Allí se gesta todo”.
     Decíamos de la íntima relación del aforismo con el lenguaje poético. Los ejemplos abundan en Belleza Nómade.
Vuelvo sobre dos de ellos: “La palabra que ha perdido encanto, se pierde entre las aguas del silencio”, dice uno. El otro pertenece a la segunda parte del libro que lleva por título Territorio de los cuerpos. Dice:“El origen de una caricia descubre el punto límite del deseo. Allí nos reconocemos una y otra vez por el resto de nuestros días”.
     Calvo ha elegido una forma de muy difícil construcción, dada la alta concentración de sentido que caracteriza al aforismo. Sin embargo, más allá de un posible reencuentro con Antonio Porchia en alguno de sus escritos, la producción del Calvo aforista me es absolutamente cercana a de la del Calvo poeta. Hay momentos en que desde este libro parece responderle a Calles Asiáticas, poemario que publicara 11 años atrás. “Estar solo es una forma de vivir con lo siniestro”, decía  entonces. “De esa complicidad con lo siniestro suele surgir el poema”, afirma ahora. En La anunciación de la partera (que es de 1992) cuando dice: “Revolver bien abajo/ lo inhallable”,  realmente se sorprendería de pensar que quince años después saldrían estas palabras de su pluma: “Sólo quien revuelve se encuentra”.
    Hay quienes dicen que el aforismo busca reconstruir la intimidad socrática a despecho de la política con su infierno de salvadores.
     Quedan a consideración de sus lectores los innumerables hallazgos que propicia Belleza nómade,  obra testimonial, intensa –como toda la poesía de Luis Calvo-  hondamente comprometida con la verdad y el duro tránsito del hombre por la tierra y, desde luego, con la belleza,  que siempre ennoblece.
   

                                                                     6 de septiembre de 2007